DISCURSO EN LA CONCENTRACION POPULAR REALIZADA EN EL PARQUE MUNICIPAL DE JUNIN (Bs. As) Juan Domingo Perón [15 de Octubre de 1944]
Comprovincianos: La Revolución del 4 de junio trae un ideal y una realidad transformadores del panorama político, económico y social argentino. De ella surgirá una nueva política, no vagamente y como un germen, sino integralmente y en su detalle creando no sólo los principios, sino la terminología, el estilo y la emoción de las nuevas formas.
Retengo fe en las instituciones republicanas democráticas del país. Pero instituciones y pensamiento político es sólo una dimensión de la política. La otra es la realización. Democracia no ha sido jamás venalidad, ni fraude, ni mentira, ni explotación, ni injusticia social.
La voluntad popular, base angular de un gobierno de libertad, exige el ejercicio honesto de las virtudes de la democracia que se realizan en la justicia social, como fundamento del bienestar general.
La exaltación de los principios, sino su cumplimiento. Pueblo sobre el que se suceden los gobiernos, productos del engaño, es pueblo que carece de libertad. La libertad presupone honradez y justicia. Por eso afirmo que vivimos una nueva era en la vida de la Nación, que afirmará principios morales de convivencia, que habían sido olvidados en perjuicio del pueblo.
El gobierno honrado del pueblo comporta poseer un régimen limpio; implica, asimismo, el deber de realizar, con organismos adecuados, todo cuanto es menester al libre ejercicio de los derechos y garantías de la Constitución Nacional, creados para lograr el bienestar general.
¿Vivía el país un régimen semejante?
¿Existía libertad para elegir gobierno?
¿Había organismos apropiados para satisfacer las necesidades de un Estado moderno?
¿Se realizaba la justicia social?
Todo el país puede responder en un solo grito a estas preguntas que me formulo desde los más profundo de mi conciencia de ciudadano. Todo había sido falseado: la libertad, la ciudadanía, la función directriz, la justicia y la moral. Como consecuencia de ello nuestro pueblo estaba al borde de perder sus fuerzas más ponderables: la esperanza y la fe.
La más oscura y venal de las oligarquías en poder del Estado, había montado una máquina electoral que dio al pueblo el derecho de votar, pero jamás el de elegir sus gobernantes. Como si ello fuera poco, llegó a repartirse las ganancias con los caciques, aparentemente de la oposición.
Se ha pretendido hacer creer al pueblo que esa logia funesta de demagogos representaba la clase dirigente del país, su élite, y que, como tal, estaba formada “por sabios, por ricos y por buenos”. Hay que observar que los “sabios rara vez han sido ricos y los ricos rara vez han sido buenos”. Sin olvidar que ni sabios ni buenos han encontrado un lugar entre los políticos criollos.
Nosotros realizamos leal y sinceramente una política social encaminada a dar al trabajador un lugar humano en la sociedad. Lo tratamos como hermano y como argentino. Ellos dicen que somos demagogos.
Demagogia han hecho ellos, verdaderos enemigos de la democracia, que en vez de dignificar el trabajo, humanizar el capital y elevar material y moralmente el pueblo, se dedicaron a adularlo, exaltando las malas pasiones, fomentando el espíritu de indisciplina social y contribuyendo a falsear y extraviar la noción de la cosa pública, indispensable para la obra ciudadana en toda democracia.
Esa política inferior ha enfermado al país de caciques y señorones. Es menester que surjan ya hombres sencillos y sinceros con ardientes deseos y firme decisión de trabajar lealmente para el bien común de los argentinos.
Ellos barrerán los verdaderos demagogos con empaques de señor, que han sido los industrializadores de la política, en la que a menudo han logrado lo único que poseen: una riqueza mal habida.
El eminente profesor y jurisconsulto doctor Bielsa, el referirse a este espécimen político que llama el cacique en la función pública, dice: “Pan y circo es hoy como en las postrimerías de la República romana, lo que se da al pueblo, aunque con menos generosidad: quinielas (fuente de abundante coima oficial), prostitución (que también da pitanza), y en las fiestas: alcohol, taba y monte”. Y ellos dicen para detener nuestra política social, que hacemos demagogia en las masas obreras, cuando defendemos sus derechos de vivir con dignidad de argentinos.
Sus personeros llegan hasta mí para decirme: “Tenga cuidado coronel, usted hace un juego peligroso co los trabajadores. Ellos sacarán todo el provecho posible, y luego le volverán la espalda”. Yo contesto, invariablemente, que solo anhelo de los trabajadores un recuerdo justo y amistoso para el funcionario que ha sabido cumplir con su deber. No realizo esta obra con interés personal ni político, y eso es lo parece inverosímil para ellos.
La Secretaría de Trabajo desea poner orden en el buen sentido de la palabra, no como una presión que se ejerce desde afuera de la sociedad con la policía o con la fuerza al servicio de la injusticia, sino suscitando un verdadero equilibrio en su interior. Trabaja así, no para perpetuar la felicidad y el bien de unos pocos, sino para defender contra el más a los muchos.
La demagogia, la avaricia y el egoísmo, en una trilogía morbosa, comienzan su sistemática oposición a la obra política, económica y social de la Revolución. Ellos no pueden concebir que ésta sea una revolución que alcance también a los pobres, como si la justicia fuera un privilegio de la fortuna.
Los malos políticos se oponen porque no pueden aceptar de buen grado que nosotros estemos realizando en meses, lo que ellos han venido prometiendo en vano desde hace más de cuarenta años.
Los avaros y los egoístas formas un frente común de resistencia, pero con ello no impedirán que el Estado cumpla con su deber; hacer respetar, proteger y amparar el trabajo manual o intelectual, poniéndole en tales condiciones de defensa que lo hagan vulnerable a los ataques de quienes lanzan el poderío anónimo de su capital para la explotación del hombre por el hombre.
Hoy llegamos a todo el país con el Estatuto del Peón, que llenará una necesidad sentida en los campos argentinos. Sé bien que ello no agradará a algunos patrones sin conciencia. Sé también que será motivo de críticas por parte de algunos merodeadores de las grandes empresas y escribas sin escrúpulos al servicio de los poderosos, que ya han visto mal que yo defienda con más emoción el perfeccionamiento de la raza humana.
Entendemos que en muchos aspectos, la situación de los peones había llegado, en ciertas oportunidades, a ser una forma disimulada de la esclavitud. No de otra manera ha de considerarse a hombres que solo perciben un sueldo de 20 o 30 pesos al mes.
En el proceso de recuperación integral en que estamos empeñados ponemos todas nuestras más sanas y puras intenciones, nuestra más honda fe patriótica y nuestra propia vida, si ello fuera necesario.
El progreso general exige, ante todo, una reconstrucción en los cuadros de dirección e importa la creación de nuevos organismos para que el Estado cumpla los fines impuestos por la evolución económica y social que trae el progreso.
Entre ellos, para referirse a algunos organismos que más de cerca tocan las necesidades de esta zona, se encuentran la Secretaría de Comercio o Industria y la Secretaría de Trabajo y Previsión. La primera atiende la conservación, el desenvolvimiento y a creación de nuevas fuentes de trabajo; la segunda ha iniciado una profunda transformación en la política social del país.
Una fomenta ya, toda política que favorezca el progreso comercial e industrial; y tendrá en cuenta las zonas del país para apoyar, con toda la fuerza del estado, la inversión de capitales que pueden y deben, en lo posible, ser locales, teniendo al desarrollo y engrandecimiento de la pequeña industria, que hoy solo tiene una vida precaria en proporción al valor técnico de la producción. Debemos cuidar el florecimiento de esos pequeños talleres donde se encuentran los verdaderos artistas, y de cuya maquinaria y artículos se habla con respeto en todo el territorio de la República.
La Secretaría de Trabajo y Previsión, por su parte, cuida el factor humano, que es la base de la riqueza. Trabaja sin fatuidad ni intemperancia, con fe, comprensión y amor.
Los problemas del campo son encarados también integralmente; desde el agricultor y el ganadero hasta el peón de campo tienen soluciones que regularán armónicamente sus necesidades, sus derechos y sus deberes.
En nuestro espíritu no gravitan prejuicios cunado defendemos el factor humano, como fuente de riqueza natural de la Nación. No apoyamos al trabajador contra el capital sano, ni los monopolios contra la clase trabajadora, sino que propiciamos soluciones que beneficien por igual a los trabajadores, al comercio y a la industria, porque nos interesa únicamente el bien de la Patria.
La Secretaría de Trabajo y Previsión traduce el afán revolucionario de crear mejores condiciones de vida para la clase trabajadora argentina, porque entendemos que la miseria es disociadora e incita a la rebeldía, forja en páginas dolorosas el desaliento y la desesperación, destruye la moral y conduce a la declinación de los pueblos.
Ese es el organismo de los trabajadores. Allí se enseña y se aprende a defender a los económicamente débiles, a los humildes. Nació del contacto entre los soldados y los obreros, y actúa como el órgano más sensible y vibrante del Estado, para recoger el reclamo de los trabajadores de la ciudad y del campo, desde Jujuy a Tierra del Fuego, y desde los Andes al Plata.
Aspira el gobierno surgido de la Revolución a que el trabajador, sin distinción de raza o sexo, tenga derecho de obtener por su labor lo necesario para vivir con dignidad, de modo que le permita atender las necesidades propias de su subsistencia y las de su hogar. Buena alimentación, vestimenta adecuada, vivienda sana y decorosa; libre y alegre desarrollo físico y espiritual y protección biológica y económica contra los riesgos sociales y profesionales, son los basamentos inconmovibles de nuestra política social, impulsada vigorosamente desde lo más profundo de la conciencia popular argentina.
Debemos cuidar al ser humano. No se concibe una sociedad donde ello no sea una preocupación fundamental de los hombres de gobierno.
Yo, como argentino, estría más orgulloso si fuéramos famosos en el mundo por la perfección de nuestros hombres, que por la hermosura y pureza de nuestros ganados.
Otros, en cambio, piensan lo contrario. Ese profundo error, esa desviación de los imperativos de la razón, de los sentimientos y del espíritu, ha estimulado celosamente el crecimiento de los bienes materiales y ha abandonado a una inmensa parte de las mujeres y de los hombres a los azares de una organización jurídica y social deficiente, que en pleno siglo XX admite todavía la ignorancia y la miseria de grandes núcleos humanos.
Quiero repetir frente a los hombres de mi provincia, lo que en profunda vibración resuena en todos los pueblos del mundo; el trabajo no es una mercancía, y la pobreza, en cualquier lugar, constituye un peligro para la prosperidad general.
Una Argentina de trabajadores con salarios miserables, podrá enriquecer a algunos pocos, pero labrará segura y fatalmente su propia ruina. El capital debe ser creador, como que es el producto honrado del propio trabajo. Cuando todo esto sea bien comprendido, cuando ambos factores, capital y trabajo, bajo la tutela del Estado, actúen y se desarrollen armónicamente, los símbolos de la paz social presidirán el vigoroso progreso de la Nación.
Mientras tanto, bajo la pesada carga de un egoísmo individualista absorbente, los humildes deberán buscar en la asociación y en la fuerza de los organismos del Estado la protección del derecho de vivir con dignidad.
Respetamos la libertad sindical, pero preferimos, por razones de beneficio colectivo, los gremios unidos en un haz indisoluble e inquebrantable.
El Gobierno afirma su propósito de orientar su acción y la plenitud de sus energías en el noble afán de conquistar para los trabajadores de la ciudad y del campo el reconocimiento y el respeto de todos sus derechos.
Con viva emoción he llegado a este progresista pueblo de mi provincia, cuyo historial refleja una lucha fervorosa y continua en su marcha constante para lograr el bien común; pero también con la serenidad que trasciende de su sentido celular de paz, que absorbe las pasiones, que purificando el sentir y el pensar, y fortaleciendo el espíritu en esta enconada porfía que nos debatimos en defensa de los derechos del pueblo todo de la República.
Hay fuerzas del mal que oponen dificultades a nuestra marcha enérgica y viril. En la antigüedad, cuando se describía a los distintos países, al tocas puntos desconocidos, se optaba por suprimirlos, poniendo una advertencia que decía: “De aquí en adelante no hay sino arenales faltos de agua y silvestres, o pantanos impenetrables”. Nosotros ignoramos ese tipo de oposición, porque la mueven intereses mezquinos y aviesos, porque responden a fuerzas destructoras en lo social y en lo moral, y porque no negamos sitio a la colaboración honesta y virtuosa, en el ardiente deseo de elaborar una Argentina de hombres verdaderamente libres.
JUAN DOMINGO PERON
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